Para filmar esta escena que cierra el film, Hou Hisao Hsien no ha pensado en reconstruir la nieve, fue a buscarla en un lugar y en un momento bien preciso: en Yubari, una pequeña ciudad del norte de Japón en la cual cada invierno se desarrolla un festival de cine. Al igual que su heroína, cuya voz escuchamos en off, evoca el recuerdo de dos hombres a los que ha amado, el mundo se transforma bajo nuestros ojos, con la nieve que recubre todo, en un mundo sin luz. El pasado aflora sobre el presente, la nieve dice la fragilidad de lo que va a borrarse, el instante fugaz que hay que retener. El travelling del comienzo, como las lentas panorámicas sobre los afiches y los transeúntes, captura el instante en que los copos caen, borroneando literalmente la imagen, alterando nuestra percepción, creando nuevas formas: lluvia de estrellas sobre el parabrisas, capas blancas sobre las calles, polvo frágil y efímero que se posa en los sombreros y los cabellos. El director se da el gusto de filmar ese momento único, como suspendido, porque la lenta danza de los copos también parece demorar, dilatar extrañamente el tiempo. Las metamorfosis que opera la nieve suscita a la vez el encantamiento y la melancolía. Los paseantes sonríen deambulando por esta calle desierta, pero el relato en off de la jovencita crea un desajuste flagrante con la alegre despreocupación que se presenta. La nieve sirve tanto de telón de fondo como de mortaja para los recuerdos de un amor perdido para siempre, para el recuerdo del cine encarnado en los rostros de actores icónicos congelados para siempre en estos carteles, para el de una ciudad que parece fantasmal, abandonada a los cuervos.
Comentario
Para filmar esta escena que cierra el film, Hou Hisao Hsien no ha pensado en reconstruir la nieve, fue a buscarla en un lugar y en un momento bien preciso: en Yubari, una pequeña ciudad del norte de Japón en la cual cada invierno se desarrolla un festival de cine. Al igual que su heroína, cuya voz escuchamos en off, evoca el recuerdo de dos hombres a los que ha amado, el mundo se transforma bajo nuestros ojos, con la nieve que recubre todo, en un mundo sin luz. El pasado aflora sobre el presente, la nieve dice la fragilidad de lo que va a borrarse, el instante fugaz que hay que retener. El travelling del comienzo, como las lentas panorámicas sobre los afiches y los transeúntes, captura el instante en que los copos caen, borroneando literalmente la imagen, alterando nuestra percepción, creando nuevas formas: lluvia de estrellas sobre el parabrisas, capas blancas sobre las calles, polvo frágil y efímero que se posa en los sombreros y los cabellos. El director se da el gusto de filmar ese momento único, como suspendido, porque la lenta danza de los copos también parece demorar, dilatar extrañamente el tiempo. Las metamorfosis que opera la nieve suscita a la vez el encantamiento y la melancolía. Los paseantes sonríen deambulando por esta calle desierta, pero el relato en off de la jovencita crea un desajuste flagrante con la alegre despreocupación que se presenta. La nieve sirve tanto de telón de fondo como de mortaja para los recuerdos de un amor perdido para siempre, para el recuerdo del cine encarnado en los rostros de actores icónicos congelados para siempre en estos carteles, para el de una ciudad que parece fantasmal, abandonada a los cuervos.