Asistimos aquí a una escena extraña: vemos a Antoine y a su amigo René, héroes del filme, acompañados por una niña desconocida, de la cual no tendremos después ninguna información, que van a una función de títeres. Después, el director parece abandonar a la vez la ficción y a sus protagonistas principales para hundirnos en el centro del espectáculo de marionetas. Alternando planos sobre el espectáculo mismo y planos de los rostros de los niños absortos, interrumpe su ficción con un pequeño documental sobre los efectos del espectáculo: los niños ignoran que los están firmando y no prestan ninguna atención a la cámara. La cámara aisla grupos de niños y nos hace compartir sus emociones (alegría, miedo…); a tal punto nos cautiva la expresión de sus rostros, su mímica, sus gritos, que casi nos hace olvidar de qué trata la película. La vuelta a la ficción se opera a través de planos que se acercan a Antoine y a René, quienes miran distraídamente el espectáculo pero parecen indiferentes a él, absorbidos por su conversación y su preocupación principal: encontrar dinero. El dispositivo utilizado aquí por Truffaut, que establece una coexistencia directa entre la ficción y lo real, no es gratuito. La yuxtaposición entre la reacción de los dos personajes y la de los niños, que no actúan sino que están en comunión total con lo real (el del espectáculo) pone en evidencia el trágico desajuste que existe entre dos realidades: por un lado, la de los dos adolescentes, demasiado grandes para el espectáculo pero demasiado jóvenes para ser adultos y que toman con despreocupación una decisión grave que va a cambiar su destino: la de robar la máquina de escribir; por el otro, la de los niños, fascinados por el encanto del espectáculo y que experimentan un terror muy real ante un lobo de trapo.
Comentario
Asistimos aquí a una escena extraña: vemos a Antoine y a su amigo René, héroes del filme, acompañados por una niña desconocida, de la cual no tendremos después ninguna información, que van a una función de títeres. Después, el director parece abandonar a la vez la ficción y a sus protagonistas principales para hundirnos en el centro del espectáculo de marionetas. Alternando planos sobre el espectáculo mismo y planos de los rostros de los niños absortos, interrumpe su ficción con un pequeño documental sobre los efectos del espectáculo: los niños ignoran que los están firmando y no prestan ninguna atención a la cámara. La cámara aisla grupos de niños y nos hace compartir sus emociones (alegría, miedo…); a tal punto nos cautiva la expresión de sus rostros, su mímica, sus gritos, que casi nos hace olvidar de qué trata la película. La vuelta a la ficción se opera a través de planos que se acercan a Antoine y a René, quienes miran distraídamente el espectáculo pero parecen indiferentes a él, absorbidos por su conversación y su preocupación principal: encontrar dinero. El dispositivo utilizado aquí por Truffaut, que establece una coexistencia directa entre la ficción y lo real, no es gratuito. La yuxtaposición entre la reacción de los dos personajes y la de los niños, que no actúan sino que están en comunión total con lo real (el del espectáculo) pone en evidencia el trágico desajuste que existe entre dos realidades: por un lado, la de los dos adolescentes, demasiado grandes para el espectáculo pero demasiado jóvenes para ser adultos y que toman con despreocupación una decisión grave que va a cambiar su destino: la de robar la máquina de escribir; por el otro, la de los niños, fascinados por el encanto del espectáculo y que experimentan un terror muy real ante un lobo de trapo.