La ley del más fuerte

Faustrecht der Freiheit

Rainer Werner Fassbinder, República Federal de Alemania, 1975, Carlotta Films

Comentario

Fox, desocupado, ha ganado la lotería. Acaba de comprar un departamento a instancias de su amante, Eugen, hijo de patrón, tan snob como sin dinero, que explota indebidamente esta fortuna providencial. Ya han visitado por primera vez el departamento cuando todavía estaba vacío, Eugen imaginando los muebles y las decoraciones que compraría con el dinero de Fox. Desde el comienzo, la cámara ubicada detrás de las escaleras construye una caja que aísla a los personajes al fondo del cuadro. La ley del más fuerte es una película que no teme al didactismo, que constituye un arma fría, una herramienta de análisis. La visita comienza ahora pero no desde el punto de vista de los personajes: una panorámica descriptiva nos muestra que las prescripciones de Eugen han sido bien respetadas, con arañas y cuadros enmarcados, según un gusto convencional que huele a la arrogancia del pequeño burgués. El plano reúne así muchas secuencias, todas teñidas de humillación para Fox.

Pero cuando aparece por fin desde abajo y desde el fondo del plano como una rata desafiante que sale de su agujero, Fox no sigue a Eugen. Prefiere salir del cuadro, escapar… El asombroso raccord de 180º, por el cual Fox reaparece en plano cercano, viene a subrayar hasta qué punto la visión de los dos hombres no se comunica; por otra parte, sus miradas nunca se cruzan. Mientras que Eugen se siente en total adecuación con el lugar, ese lugar que concibió como un nido narcisista (se peina delante del espejo, expresa que está orgulloso de sí mismo) Fox se siente incómodo en ese lugar que, como dice, le parece un museo. El lugar pensado para ser un refugio para la pareja se revela como un instrumento de opresión de clase que niega y aplasta al otro, incluso fumar (en su propia casa) se convierte en un gesto proletario mal recibido. La secuencia se termina como comenzó por un movimiento autoritario de la cámara, que nos lleva hacia el dormitorio. Colmo del kitsch y promesa de desgracia, que viene a caer como una cuchilla y telón final con una terrible ironía.