François, el chico que circula de familia de acogida en familia de acogida, ha sido recibido por Abuelo y Abuela, en cuya casa ya vive otro muchacho más grande. Pialat pone aquí un dispositivo que se encuentra en el corazón de muchas de sus películas: la confrontación entre personajes que representan su propio papel: los dos chicos que actúan como niños adoptados, entrevistan a la pareja que actúa como sus padres de acogida. Si bien las preguntas están en parte guiadas, las respuestas de los adultos, que cuentan su propia historia, no están escritas. La cámara también registra, en contraplano, el impacto de las palabras en los niños que las escuchan. El decorado también es muy importante: la filmación tiene lugar en su propia cocina y en su salón, en medio de sus fotos familiares. Se despliega su historia íntima y seria (se trata de amor pero también de un dolor de infancia); luego la Gran Historia, a través de la de Abuelo, héroe de la Resistencia. El actor que hace de François parece provocar, por sus preguntas, el relato de Abuelo: la escena parece haber sido capturada en una sola toma de sonido (oímos fuera de campo ruidos de vajilla que provienen de la cocina y a Abuela que canturrea). Al final de la secuencia, François besa a Abuelo en un impulso de ternura. Este último, visiblemente emocionado, le devuelve el beso y mira a cámara esperando que se detenga, pero Pialat sigue filmando para captar su duda, la hesitación que se apodera de sus gestos. Ese dispositivo de entrevista en improvisación guiada da cuenta de la confianza que pudo instaurarse entre el director y los “actores”, y del tiempo que sin duda le ha llevado hacer estas tomas. Estos relatos, trágicos, desbordan a los personajes y desnudan a los actores, dejando nacer en el espectador una emoción que refleja la de los protagonistas de la escena, bien real e imposible de simular.
Comentario
François, el chico que circula de familia de acogida en familia de acogida, ha sido recibido por Abuelo y Abuela, en cuya casa ya vive otro muchacho más grande. Pialat pone aquí un dispositivo que se encuentra en el corazón de muchas de sus películas: la confrontación entre personajes que representan su propio papel: los dos chicos que actúan como niños adoptados, entrevistan a la pareja que actúa como sus padres de acogida. Si bien las preguntas están en parte guiadas, las respuestas de los adultos, que cuentan su propia historia, no están escritas. La cámara también registra, en contraplano, el impacto de las palabras en los niños que las escuchan. El decorado también es muy importante: la filmación tiene lugar en su propia cocina y en su salón, en medio de sus fotos familiares. Se despliega su historia íntima y seria (se trata de amor pero también de un dolor de infancia); luego la Gran Historia, a través de la de Abuelo, héroe de la Resistencia. El actor que hace de François parece provocar, por sus preguntas, el relato de Abuelo: la escena parece haber sido capturada en una sola toma de sonido (oímos fuera de campo ruidos de vajilla que provienen de la cocina y a Abuela que canturrea). Al final de la secuencia, François besa a Abuelo en un impulso de ternura. Este último, visiblemente emocionado, le devuelve el beso y mira a cámara esperando que se detenga, pero Pialat sigue filmando para captar su duda, la hesitación que se apodera de sus gestos. Ese dispositivo de entrevista en improvisación guiada da cuenta de la confianza que pudo instaurarse entre el director y los “actores”, y del tiempo que sin duda le ha llevado hacer estas tomas. Estos relatos, trágicos, desbordan a los personajes y desnudan a los actores, dejando nacer en el espectador una emoción que refleja la de los protagonistas de la escena, bien real e imposible de simular.