Esta película de 1962 se sitúa en una época anterior, la de la posguerra. Los dos grupos de niños pertenecen a pueblos vecinos cuyos conflictos encarnan. El juego aquí es colectivo y se practica en un terreno natural entre los dos pueblos, donde los adultos están ausentes. El imaginario de este juego es muy heterogéneo y de origen a menudo cinematográfico: encontramos los duelos con espada de las películas medievales, el lanzamiento de piedras con hondas, pero también un imaginario de western en el momento del ataque en el bosque, con los niños apostados entre los árboles. Por el contrario, el imaginario de la guerra es sin duda más actual y participa de la memoria del conflicto “reciente” del 39 al 45, como lo subraya la imitación de los afiches de la movilización general. Se manifiesta directamente en el desfile y el “chant du départ” (“canción de la partida”) que data de 1794 pero que acompañó todas las guerras del ejército francés. El castigo imaginado por los niños para su prisionero recuerda la ceremonia de degradación militar practicada para la destitución pública de un uniformado que ha traicionado, a lo largo de la cual le quitan sus insignias y sus condecoraciones. Ese “juego” participa de un imaginario de película de guerra y de western, pero también de nuestra memoria histórica francesa con la degradación de Dreyfus en el patio de los Inválidos.
El juego de la tortura y de la degradación quiere ser divertida para el espectador, pero manifiesta también algo de humillante para el prisionero, que debe huir a medias desnudo para entrar en su casa, donde imaginamos que sufrirá un doble castigo con la reprimenda de sus padres a causa de sus ropas arruinadas. Pero el mayor malestar, en esta escena en que el juego colectivo roza por momentos la evocación de la historia todavía cercana, nace de una réplica susurrada por uno de los niños que asisten a esta escena de degradación y dice “si nos turnamos para tirarnos pedos, habría cámaras de gas”. El juego, entonces, deja de ser ligero.
Comentario
Esta película de 1962 se sitúa en una época anterior, la de la posguerra. Los dos grupos de niños pertenecen a pueblos vecinos cuyos conflictos encarnan. El juego aquí es colectivo y se practica en un terreno natural entre los dos pueblos, donde los adultos están ausentes. El imaginario de este juego es muy heterogéneo y de origen a menudo cinematográfico: encontramos los duelos con espada de las películas medievales, el lanzamiento de piedras con hondas, pero también un imaginario de western en el momento del ataque en el bosque, con los niños apostados entre los árboles. Por el contrario, el imaginario de la guerra es sin duda más actual y participa de la memoria del conflicto “reciente” del 39 al 45, como lo subraya la imitación de los afiches de la movilización general. Se manifiesta directamente en el desfile y el “chant du départ” (“canción de la partida”) que data de 1794 pero que acompañó todas las guerras del ejército francés. El castigo imaginado por los niños para su prisionero recuerda la ceremonia de degradación militar practicada para la destitución pública de un uniformado que ha traicionado, a lo largo de la cual le quitan sus insignias y sus condecoraciones. Ese “juego” participa de un imaginario de película de guerra y de western, pero también de nuestra memoria histórica francesa con la degradación de Dreyfus en el patio de los Inválidos.
El juego de la tortura y de la degradación quiere ser divertida para el espectador, pero manifiesta también algo de humillante para el prisionero, que debe huir a medias desnudo para entrar en su casa, donde imaginamos que sufrirá un doble castigo con la reprimenda de sus padres a causa de sus ropas arruinadas. Pero el mayor malestar, en esta escena en que el juego colectivo roza por momentos la evocación de la historia todavía cercana, nace de una réplica susurrada por uno de los niños que asisten a esta escena de degradación y dice “si nos turnamos para tirarnos pedos, habría cámaras de gas”. El juego, entonces, deja de ser ligero.