Joseph L. Mankiewicz, Estados Unidos, 1947, Swashbuckler Films
Comentario
En Inglaterra, a comienzos del siglo XX, la señora Muir enviuda y elige mudarse lejos de la rígida familia del marido muerto. Un agente inmobiliario intenta evitar que visite una casa que sin embargo responde totalmente a su gusto. Esto sin contar con la obstinación de la señora Muir que emprende esta visita con curiosidad y una dosis de desafío.
En esta escena alguien que ya conoce un lugar se lo hace visitar a alguien que lo descubre. Según un recurso de comedia, cada cual tiene aquí un carácter opuesto, una es intrépida, el otro asustadizo, lo que acentúa la dinámica de los desplazamientos en el espacio, en un juego, una tensión, entre impulso y resistencia. La cámara precede, como si esperara, la llegada de los personajes, después en el interior, primero en el vestíbulo, luego en en lo alto de la escalera: es como si adoptara el punto de vista de la casa y de su espíritu. Los personajes evolucionan de pieza en pieza, demorando la subida al piso de arriba y en consecuencia a la habitación, el lugar más íntimo y potencialmente inquietante. La planta baja, cerca de la salida, aún puede presentar una cierta seguridad, pero la presencia del piso superior está anunciada desde el comienzo por la escalera hacia la cual la señora Muir se dirige de inmediato. Allí sopla el polvo, signo clásico del estado deshabitado de un lugar, como lo son igualmente las grandes telas de araña en la cocina.
Atravesando la oscuridad, un haz de luz dirige la atención sobre un rostro y su sonrisa enigmática, casi viviente: es la del capitán, antiguo propietario, pintado en un cuadro y, al igual que la heroína, el espectador se siente alentado en un primer momento a identificar un ser humano real, primer indicio de que hay una presencia en el lugar. El agente abre las cortinas y revela así la habitación haciendo entrar una gran cantidad de luz. La fuerte presencia de las ventanas instala una relación particular entre el interior y el exterior: vemos las gaviotas, los acantilados, y el telescopio que sitúa a la casa como un lugar privilegiado de observación del mar. Lo único que falta es su antiguo dueño. La presencia del fantasma, interrumpido en sus costumbres, se revela de manera cada vez más clara, esta vez por el sonido de una risa atronadora que sacude la habitación.
Comentario
En Inglaterra, a comienzos del siglo XX, la señora Muir enviuda y elige mudarse lejos de la rígida familia del marido muerto. Un agente inmobiliario intenta evitar que visite una casa que sin embargo responde totalmente a su gusto. Esto sin contar con la obstinación de la señora Muir que emprende esta visita con curiosidad y una dosis de desafío.
En esta escena alguien que ya conoce un lugar se lo hace visitar a alguien que lo descubre. Según un recurso de comedia, cada cual tiene aquí un carácter opuesto, una es intrépida, el otro asustadizo, lo que acentúa la dinámica de los desplazamientos en el espacio, en un juego, una tensión, entre impulso y resistencia. La cámara precede, como si esperara, la llegada de los personajes, después en el interior, primero en el vestíbulo, luego en en lo alto de la escalera: es como si adoptara el punto de vista de la casa y de su espíritu. Los personajes evolucionan de pieza en pieza, demorando la subida al piso de arriba y en consecuencia a la habitación, el lugar más íntimo y potencialmente inquietante. La planta baja, cerca de la salida, aún puede presentar una cierta seguridad, pero la presencia del piso superior está anunciada desde el comienzo por la escalera hacia la cual la señora Muir se dirige de inmediato. Allí sopla el polvo, signo clásico del estado deshabitado de un lugar, como lo son igualmente las grandes telas de araña en la cocina.
Atravesando la oscuridad, un haz de luz dirige la atención sobre un rostro y su sonrisa enigmática, casi viviente: es la del capitán, antiguo propietario, pintado en un cuadro y, al igual que la heroína, el espectador se siente alentado en un primer momento a identificar un ser humano real, primer indicio de que hay una presencia en el lugar. El agente abre las cortinas y revela así la habitación haciendo entrar una gran cantidad de luz. La fuerte presencia de las ventanas instala una relación particular entre el interior y el exterior: vemos las gaviotas, los acantilados, y el telescopio que sitúa a la casa como un lugar privilegiado de observación del mar. Lo único que falta es su antiguo dueño. La presencia del fantasma, interrumpido en sus costumbres, se revela de manera cada vez más clara, esta vez por el sonido de una risa atronadora que sacude la habitación.