Wim Wenders, República federal de Alemania, 1974, Les Acacias
Comentario
En la pantalla, al comienzo de la secuencia, una niña y un hombre conversan en el habitáculo de un auto pequeño. Se conocen apenas, pero Philip, el conductor, ha aceptado ayudar a Alicia a encontrar a su abuela, que, según ella cree recordar, vive en el Ruhr. Si los nombres de los lugares evocados (el Rhin, Duisburgo, la región de Ruhr, que es su destino) hacen surgir los recuerdos de infancia de Philip, en la niña, en cambio, no inspiran nada más que un juego palabras (Essen= comer) mientras que ninguno de los dos presta atención a los paisajes que atraviesan y que el espectador entrevé, en parte, a través del vidrio.
Llegados a su lugar de destino, la búsqueda toma la forma de una investigación que se revela difícil: ni los dos transeúntes ancianos que esperan el el banco de ese barrio residencial, guardianes enigmáticos de un pasado cumplido, ni la banda de niños que encuentran más lejos parecen reconocer la casa de las dos fotografías, únicos indicios disponibles para guiar la búsqueda, así como los vagos recuerdo de la niña.
Los travellings sobre los espacios atravesados alternan con planos sobre el rostro de Alicia: son paisajes que “no le dicen nada” de su propio pasado pero que encierran un misterio más, y otras historias: ¿quiénes habitaban esas inmensas casas abandonadas, en ruinas y destinadas pronto a la demolición? ¿Qué son esos espacios extraños, intersticiales, baldíos y llenos de malezas, la vía férrea desierta? Pronto la búsqueda se convierte en una doble errancia, en el tiempo casi suspendido: el de Alicia y el de Philip, periodista en crisis de inspiración, que intenta captar el misterio y la esencia de los lugares a través del objetivo de su cámara de fotos. La llegada de la música que cubre las voces de los personajes con los que se encuentran, de quienes no sabemos si son extras o transeúntes captados al azar en planos documentales, asociada a los tonos blanco y negro de la película, convierte a la búsqueda en elegíaca y melancólica: el director, como los espectadores, toman entonces distancia en relación con el objetivo incial de los protagonistas (encontrar a la familia de la niña). Dentro del habitáculo de un auto pequeño, se crea el lugar de un encuentro improbable entre un hombre y una niña a los que no los une ningún lazo familiar y que se van acercando lentamente en el seno de esta extraña road-movie.
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En la pantalla, al comienzo de la secuencia, una niña y un hombre conversan en el habitáculo de un auto pequeño. Se conocen apenas, pero Philip, el conductor, ha aceptado ayudar a Alicia a encontrar a su abuela, que, según ella cree recordar, vive en el Ruhr. Si los nombres de los lugares evocados (el Rhin, Duisburgo, la región de Ruhr, que es su destino) hacen surgir los recuerdos de infancia de Philip, en la niña, en cambio, no inspiran nada más que un juego palabras (Essen= comer) mientras que ninguno de los dos presta atención a los paisajes que atraviesan y que el espectador entrevé, en parte, a través del vidrio.
Llegados a su lugar de destino, la búsqueda toma la forma de una investigación que se revela difícil: ni los dos transeúntes ancianos que esperan el el banco de ese barrio residencial, guardianes enigmáticos de un pasado cumplido, ni la banda de niños que encuentran más lejos parecen reconocer la casa de las dos fotografías, únicos indicios disponibles para guiar la búsqueda, así como los vagos recuerdo de la niña.
Los travellings sobre los espacios atravesados alternan con planos sobre el rostro de Alicia: son paisajes que “no le dicen nada” de su propio pasado pero que encierran un misterio más, y otras historias: ¿quiénes habitaban esas inmensas casas abandonadas, en ruinas y destinadas pronto a la demolición? ¿Qué son esos espacios extraños, intersticiales, baldíos y llenos de malezas, la vía férrea desierta? Pronto la búsqueda se convierte en una doble errancia, en el tiempo casi suspendido: el de Alicia y el de Philip, periodista en crisis de inspiración, que intenta captar el misterio y la esencia de los lugares a través del objetivo de su cámara de fotos. La llegada de la música que cubre las voces de los personajes con los que se encuentran, de quienes no sabemos si son extras o transeúntes captados al azar en planos documentales, asociada a los tonos blanco y negro de la película, convierte a la búsqueda en elegíaca y melancólica: el director, como los espectadores, toman entonces distancia en relación con el objetivo incial de los protagonistas (encontrar a la familia de la niña). Dentro del habitáculo de un auto pequeño, se crea el lugar de un encuentro improbable entre un hombre y una niña a los que no los une ningún lazo familiar y que se van acercando lentamente en el seno de esta extraña road-movie.