Leo McCarey, Estados Unidos, 1957, Théâtre du Temple
Comentario
Cuando comienza la secuencia, nada en el diálogo nos ha indicado a dónde iba el personaje de Nickie. A través de una gran economía de medios, en un solo plano panorámico vertical (que abarca así el movimiento de ascensión que habíamos advertido desde el primer trayecto en auto a Villefranche), comprendemos que asistiremos a una vuelta a la casa de la abuela (y empezamos a presentir el motivo). Ese plano general inaugural, lejano y sin personajes, toma un aire de tarjeta postal y el lugar ya cae bajo el signo de la evocación nostálgica del recuerdo. En efecto, al llegar al jardín de la abuela, Nickie entra a cuadro como si entrara en una imagen-recuerdo, de espaldas, con traje gris, se ha sacado el sombrero un poco como en un lugar sagrado, y comprendemos cada vez con más precisión, siempre sin diálogo, que la abuela ha muerto. Encontramos el mismo tipo de planos que en la primera visita, según las mismas escalas (planos generales), lo que hace existir verdaderamente el espacio y le da toda su importancia al lugar.
En el salón, Nickie siente la necesidad de tocar los objetos, como para verificar la existencia material de la realidad, para que esta siga tangible, no se borre todavía, no huya como la arena. Y el cineasta materializa el recuerdo a través del sonido (el retorno de la música ejecutada), pero también por medio de la duración. Nickie toca primero el piano, después el respaldo del sillón, para sentir el peso y el calor del cuerpo hace poco apoyado contra él (el de la abuela) y, después de dudar y de habernos dado la espalda (en un movimiento de pudor, de dignidad, como para no mostrar su emoción contenida al espectador), toca también la silla en la cual estuvo sentada Terry, en un gesto inútil, irrisorio, pero más fuerte que él. La llegada del criado interrumpe de pronto el recogimiento de Nickie: los lugares tienen sus testigos, sus empleados, cuya existencia, fuera de campo, precede y prosigue el paso de los visitantes, y aquí el personaje secundario que viene a servir de mensajero, le confía a Nickie el chal que la abuela le ha dejado de regalo a Terry, como un aliento post mortem para que la pareja se reúna. Asi, Nickie terminará ubicado entre los dos sillones, capturado en la ausencia de esas dos mujeres, delante del fundido a negro que cierra la secuencia.
Comentario
Cuando comienza la secuencia, nada en el diálogo nos ha indicado a dónde iba el personaje de Nickie. A través de una gran economía de medios, en un solo plano panorámico vertical (que abarca así el movimiento de ascensión que habíamos advertido desde el primer trayecto en auto a Villefranche), comprendemos que asistiremos a una vuelta a la casa de la abuela (y empezamos a presentir el motivo). Ese plano general inaugural, lejano y sin personajes, toma un aire de tarjeta postal y el lugar ya cae bajo el signo de la evocación nostálgica del recuerdo. En efecto, al llegar al jardín de la abuela, Nickie entra a cuadro como si entrara en una imagen-recuerdo, de espaldas, con traje gris, se ha sacado el sombrero un poco como en un lugar sagrado, y comprendemos cada vez con más precisión, siempre sin diálogo, que la abuela ha muerto. Encontramos el mismo tipo de planos que en la primera visita, según las mismas escalas (planos generales), lo que hace existir verdaderamente el espacio y le da toda su importancia al lugar.
En el salón, Nickie siente la necesidad de tocar los objetos, como para verificar la existencia material de la realidad, para que esta siga tangible, no se borre todavía, no huya como la arena. Y el cineasta materializa el recuerdo a través del sonido (el retorno de la música ejecutada), pero también por medio de la duración. Nickie toca primero el piano, después el respaldo del sillón, para sentir el peso y el calor del cuerpo hace poco apoyado contra él (el de la abuela) y, después de dudar y de habernos dado la espalda (en un movimiento de pudor, de dignidad, como para no mostrar su emoción contenida al espectador), toca también la silla en la cual estuvo sentada Terry, en un gesto inútil, irrisorio, pero más fuerte que él. La llegada del criado interrumpe de pronto el recogimiento de Nickie: los lugares tienen sus testigos, sus empleados, cuya existencia, fuera de campo, precede y prosigue el paso de los visitantes, y aquí el personaje secundario que viene a servir de mensajero, le confía a Nickie el chal que la abuela le ha dejado de regalo a Terry, como un aliento post mortem para que la pareja se reúna. Asi, Nickie terminará ubicado entre los dos sillones, capturado en la ausencia de esas dos mujeres, delante del fundido a negro que cierra la secuencia.