Un grupo de amigos llega a su lugar de veraneo. El espectador toma con ellos el camino que conduce al mar y la banda sonora (olas que rompen, viento, gritos de gaviotas mezclados con las risas y las exclamaciones de alegría de los recién llegados) nos dan una indicación de hasta qué punto el pequeño grupo espera los placeres y la alegría por venir. Pero para acceder a ellos, hay que franquear un primer umbral: un chico sale de uno de los autos y se precipita para abrir la cadena que traba la pesada reja, detrás de la cual los miembros del grupo, impacientes, se reúnen e invaden pronto toda la pantalla. Entonces uno de los niños surge del otro costado por sorpresa: ha logrado rodear el obstáculo de ese portal que un instante antes parecía infranqueable. Si bien esta pequeña hazaña hace reir a todo el mundo, parece sin embargo una extrañeza, una anomalía, una disonancia, un signo de que las promesas de buenos momentos futuros tal vez no duren mucho. Descubrir un lugar es también darle sentido, según sus intereses: los niños enfilan hacia el mar, mientras que los adultos se dirigen hacia la casa. La cámara espera al pequeño grupo en el interior, hundida en la oscuridad.
Después, con gran movilidad, acompaña a Sepideh, quien tuvo la iniciativa de ese fin de semana en el mar, mientras que abre las puertas y las ventanas, y se hace la luz, revelando un lugar vetusto y sucio, que el resto del grupo, al comienzo circunspecto parece dudar en valorar. Cada uno se apropia de lugares que le gustan, el director sigue a las mujeres que examinan las alacenas de la cocina, abriéndolas una a una, mientras que los otros descubren la casa, pieza por pieza: no es la casa que habían previsto y aunque su aspecto ruinoso no parece aplacar el entusiasmo de algunos, que se imaginan ya instalados en el lugar y lo convierten en terreno de juego, los otros parecen dubitativos. Pronto, uno de los protagonistas, contrario al entusiasmo de Sepideh, propone que tengan una asamblea en el salón. Partir o transformar ese lugar por algunos días dotándolo de cosas, ese es el objeto del debate que se abre ahora: más allá de la elección de una casa de vacaciones, lo que se oculta detrás de la conversación aparentemente despreocupada es una cuestión de poder.
Comentario
Un grupo de amigos llega a su lugar de veraneo. El espectador toma con ellos el camino que conduce al mar y la banda sonora (olas que rompen, viento, gritos de gaviotas mezclados con las risas y las exclamaciones de alegría de los recién llegados) nos dan una indicación de hasta qué punto el pequeño grupo espera los placeres y la alegría por venir. Pero para acceder a ellos, hay que franquear un primer umbral: un chico sale de uno de los autos y se precipita para abrir la cadena que traba la pesada reja, detrás de la cual los miembros del grupo, impacientes, se reúnen e invaden pronto toda la pantalla. Entonces uno de los niños surge del otro costado por sorpresa: ha logrado rodear el obstáculo de ese portal que un instante antes parecía infranqueable. Si bien esta pequeña hazaña hace reir a todo el mundo, parece sin embargo una extrañeza, una anomalía, una disonancia, un signo de que las promesas de buenos momentos futuros tal vez no duren mucho. Descubrir un lugar es también darle sentido, según sus intereses: los niños enfilan hacia el mar, mientras que los adultos se dirigen hacia la casa. La cámara espera al pequeño grupo en el interior, hundida en la oscuridad.
Después, con gran movilidad, acompaña a Sepideh, quien tuvo la iniciativa de ese fin de semana en el mar, mientras que abre las puertas y las ventanas, y se hace la luz, revelando un lugar vetusto y sucio, que el resto del grupo, al comienzo circunspecto parece dudar en valorar. Cada uno se apropia de lugares que le gustan, el director sigue a las mujeres que examinan las alacenas de la cocina, abriéndolas una a una, mientras que los otros descubren la casa, pieza por pieza: no es la casa que habían previsto y aunque su aspecto ruinoso no parece aplacar el entusiasmo de algunos, que se imaginan ya instalados en el lugar y lo convierten en terreno de juego, los otros parecen dubitativos. Pronto, uno de los protagonistas, contrario al entusiasmo de Sepideh, propone que tengan una asamblea en el salón. Partir o transformar ese lugar por algunos días dotándolo de cosas, ese es el objeto del debate que se abre ahora: más allá de la elección de una casa de vacaciones, lo que se oculta detrás de la conversación aparentemente despreocupada es una cuestión de poder.